-Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie-advirtió mi padre-. Ni a tu amigo Tomás. A nadie.
-¿Ni siquiera a mamá?-inquirí yo, a media voz.
Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra por la vida.
-Claro que sí-respondió cabizbajo- . Con ella no tenemos secretos. A ella puedes contárselo todo.
Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi madre. La enterramos en Montjuïc el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo que llovió todo el día toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre si el cielo lloraba le faltó la voz para responderme.(...)
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